Frecuentemente, se considera que los síntomas, por limitar el bienestar de la persona, son algo a erradicar. Sin embargo, enfocar los problemas psicológicos de esta manera resulta reduccionista y conlleva grandes riesgos para la estabilidad emocional de los pacientes, pues el síntoma cumple una función protectora. Desde el enfoque Humanista Integrativo consideramos que se debe tener especial consideración hacia esta función protectora del síntoma.
Si estoy padeciendo un malestar psicológico, ¿no es lógico que quiera deshacerme de él?
Muchas veces, cuando una persona decide pedir ayuda psicológica, se encuentra en una situación en la que sus síntomas están presentes de manera muy intensa y debilitadora en su vida. Resulta lógico pensar que el objetivo de la terapia debe ser la eliminación o, al menos, la reducción de estos síntomas. Es cierto que la terapia, en la mayoría de los casos, permite alcanzar este objetivo. Sin embargo, es importante recordar, que los síntomas son defensas psicológicas que se han vuelto demasiado rígidas y limitan las potencialidades de la persona y como tales permitieron a la persona adaptarse cuando no contaba con el apoyo, la protección y las herramientas necesarias.

Acompañar en lugar de forzar la eliminación de síntomas
Puesto que los síntomas son más que simples manifestaciones que reducen la calidad de vida, es fundamental que acompañemos a los pacientes a profundizar en la función que cumplió el síntoma, reconociéndole su presencia y su valor adaptativo. A través de nuestra presencia en sintonía, desde una actitud de aceptación incondicional y profundo respeto, los pacientes pueden comenzar a dejar de relacionarse con sus síntomas desde una actitud de rechazo y negación, para observarlos desde una actitud compasiva con su niño interior, que no tuvo otra opción que defenderse de esta manera.
¿Qué ocurre cuando siento un gran rechazo hacia mis síntomas?
Lo expuesto en el párrafo anterior no significa que no debamos acompañar a los pacientes en la expresión de las emociones desagradables que sienten hacia sus síntomas, sino que también debemos facilitar un encuentro libre de juicio entre ellos y todo aquello que forma parte de su ser. Independientemente de las técnicas que utilicemos, será nuestra presencia segura, protectora y basada en una actitud de amor incondicional, la que facilitará este encuentro.
Es decir, que la herramienta más potente a la hora de fomentar que los pacientes aprendan a quererse y cuidarse es una relación terapéutica en la que se puedan sentir queridos, aceptados y respetados tal y como son.
Del rechazo y la huida a la aceptación y el encuentro libre de juicios
Integrar una parte nutritiva es esencial a la hora de trabajar con los síntomas, ya que la tendencia es rechazar y huir de todo aquello que resulta desagradable. Esta huida conlleva que la parte herida de los pacientes no se sienta validada ni tenida en cuenta, por lo que tienden a experimentar síntomas con una frecuencia e intensidad cada vez mayor. Nuestra presencia segura y protectora, a través de la cual transmitimos (tanto a nivel verbal como no verbal) que estamos dispuestos a acompañarles en lo que necesiten y que respetaremos siempre el ritmo que les resulte tolerable, es lo que permite que, poco a poco, se permitan conectar con la historia que cuentan sus síntomas.

Encontrando el ritmo adecuado para facilitar el reprocesamiento
Es muy importante respetar el ritmo que cada paciente necesite. En palabras de Mario Salvador (2016), se trata de mantener la terapia dentro del umbral de tolerancia. Una manera muy útil de monitorizar si nos encontramos dentro de este umbral es observar los signos de activación del sistema nervioso autónomo. Si predomina la activación simpática (respiración acelerada, taquicardia, palpitaciones, respiración entrecortada, temblor, sudoración excesiva, etc.) el ritmo de la terapia está siendo demasiado acelerado y puede resultar retraumatizante. No obstante, tampoco es recomendable caer en el otro extremo, el de la hipoactivación, ya que impide reprocesar aquello que se está manifestando de manera sintomática.
Chequear desde qué actitud se relaciona la persona con los síntomas
Así mismo, es muy importante chequear periódicamente el estado del yo desde el cual se están relacionando los pacientes con sus síntomas y con la historia que cuentan. Un estado del yo se define como un patrón coherente de emociones, pensamientos y conductas. En definitiva, si durante el trabajo con los síntomas aparecen partes que no tienen una actitud compasiva hacia las partes heridas, es importante darles el espacio que se merecen, así como reconocerles su función protectora, para que no sientan que la integridad emocional del paciente está en peligro. Para poder llegar a las heridas primarias, es muy importante contar con el permiso de las defensas que las protegen, ya que, en caso contrario, es probable que saboteen (siempre con una motivación protectora) los intentos de los pacientes de conectar con su niño herido. Este proceso requiere una profunda sintonía entre terapeuta y paciente. Si los pacientes (o alguna de sus partes) perciben que dejamos de aceptarles incondicionalmente, se defenderán (Salvador, 2016).

La importancia de ser pacientes y no precipitar la eliminación de síntomas
Así mismo, si obviamos la función protectora de los síntomas y, debido a su componente limitador y desagradable, nos centramos prematuramente en su eliminación, los pacientes pierden la protección con la que contaban hasta ese momento. Es decir, que aunque aquello que les motiva a buscar ayuda limita su bienestar, también es aquello que les protegió y sigue protegiendo al niño interior que vive anclado en el pasado. Por tanto, hasta que no resuelvan a nivel emocional profundo aquello que originó las heridas del pasado y puedan así situarse plenamente en el presente, eliminar los síntomas puede resultar extremadamente desestructurante.
La ansiedad, la depresión, las compulsiones, las obsesiones, las fobias, las adicciones, la impulsividad, la pereza, las somatizaciones y, en definitiva, cualquier síntoma que puedan traer los pacientes a sesión, debe ser explorado con sumo respeto y teniendo siempre presente que si se desarrolló y sigue presente es porque cumple una función importante.
Evidentemente, esta función puede y suele estar más relacionada con el pasado que con el presente, pero hasta que no resolvemos a nivel emocional profundo aquello que nos hizo daño en el pasado, una o varias partes de nosotros nos llevan a percibirnos, a percibir a los demás y al mundo como si todavía fuéramos esos niños que no recibieron lo que necesitaron.
Si lo miramos desde la teoría del Análisis Transaccional, lo anterior implica que cuando una situación del presente toca una herida emocional no resuelta, dejamos de situarnos en el Adulto y respondemos desde el Niño Adaptado.
La hipervigilancia como estrategia de supervivencia frente a un trauma infantil
Pondré un ejemplo para clarificar este proceso. Una persona que en su infancia estuvo gravemente enferma puede haber desarrollado una hipervigilancia hacia cualquier señal del cuerpo extraña. Además, tenderá a interpretar cualquier señal que se salga de lo “normal” como excesivamente peligrosa. También es posible que haya desarrollado una tendencia a somatizar. Puede darse incluso, que no recuerde conscientemente haber estado gravemente enferma y llega a consulta sin encontrar una explicación a las sensaciones intensas de miedo que experimenta ante las señales que le manda su cuerpo.
Cuando la alarma falla
Lo que ocurre es que, puesto que tendemos a la supervivencia, inteligentemente y de manera inconsciente, ha desarrollado un mecanismo que, en teoría, la protege de enfermar de nuevo. El problema reside en que este mecanismo que, en palabras de Babette Rothschild (2015), funcionaría como una especie de alarma defectuosa, no discrimina aquello que es potencialmente peligroso de aquello que no lo es. Podemos ver que los síntomas de esta persona tienen un sentido y cumplen una función dentro de su historia de vida.
¿Cómo facilitar que este instrumento de alarma vuelva a afinarse?
No sería conveniente considerar la hipervigilancia y los síntomas asociados como algo negativo que debe ser eliminado con rapidez. No es necesario forzar ni apresurarse en el tratamiento de los síntomas. Cuando la persona sienta que ya no es ese niño o esa niña, que confiamos en su cuerpo (y por ello puede permitirse confiar en él) y que actualmente dispone de herramientas de las que no disponía en el allí y entonces, los síntomas ya no serán necesarios e irán remitiendo hasta desaparecer.
Para facilitar este camino, se trata de acompañar a la persona y ofrecerle la suficiente sintonía y seguridad para que pueda empezar a conectar con lo que tuvo que atravesar en el pasado y expresar todo lo que vaya surgiendo, observándolo desde la persona que es actualmente. Poco a poco podrá ir resolviendo todo aquello que había quedado encapsulado y protegido por sus mecanismos de defensa, de manera que la tendencia a reaccionar a los estímulos será cada vez más adaptada al presente. De esta manera facilitamos una integración y un reprocesamiento de aquello que, al no haber contado con un acompañamiento lo suficientemente seguro cuando ocurrió, tuvo que ser apartado de la conciencia y hasta que fue escuchado y validado en un espacio y una relación segura irrumpía de manera repentina.
Conclusión
A través de nuestra presencia en sintonía y nuestra aceptación incondicional, los pacientes van confiando y permitiendo a sus síntomas que cuenten su historia. A lo largo de este proceso, es esperable que aparezcan todo tipo de emociones y es fundamental que acompañemos a los pacientes a la hora de conectar con ellas y expresarlas. Nuestra escucha compasiva de la historia facilita que puedan ir acogiendo su experiencia desde el amor y ésta pueda ser integrada en un todo coherente y contextualizado, dejando de llevarles una y otra vez a sentirse como si todavía estuvieran inmersos en sus experiencias dolorosas.
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